Cuando llegué al campo de tiro, en un día nublado que prometía lluvia de un momento a otro, Noah me estaba esperando en las escaleras que descienden al Foso. Su primera clase del cursillo oficial de tiro con arco le hacían sentir tan motivado que había llegado varios minutos antes de la hora acordada. Sin embargo, dado que no puede ver el campo ni si yo estoy allí, esperaba paciente a que mi voz le indicase que podía descender.
Nos saludamos e intercambiamos unas palabras, y con tacto, descendimos los escalones prestando especial atención a los dos últimos, bastante desproporcionados, que podían suponer un susto no calculado para mi nuevo alumno. Diligentemente me ayudó a montar la diana, y con sus manos iba recorriendo cada detalle: "esto es el caballete, esto el parapeto, esto son los clavos para el papel, éste es el papel". Inspeccionaba cada componente memorizandolo en su mundo de sombras: "así que ésta es la goma que sujeta el parapeto al caballete, y ésta cuerda hace lo mismo por abajo...mmmm..."
Una vez la diana estuvo en su sitio, Noah montó por primera vez uno de mis arcos de iniciación. Tardamos bastante. Con su impecable sentido del humor comentaba de tanto en tanto alguno de los pasos. Sacó los tornillos, montó las palas con cuidado de no equivocarlas de lugar, las fijó al cuerpo del arco, colocó la cuerda, el montador, siguió las instrucciones y su Arco quedó listo para la clase.
Nos dirigimos a unos metros de los Grandes Olmos y allí -como siempre hago- hicimos un calentamiento general y algunos ejercicios más específicos. Ya no puede faltarme esa parte en la secuencia didáctica, e intento conscienciar a mis alumnos sobre la importancia del calentamiento para prevenir lesiones, para acondicionar nuestra mente, y para liberar nuestro espíritu de las tensiones acumuladas.
8 metros iban a ser una distancia más que suficiente. Yo había estudiado los dispositivos especiales que pueden utilizarse en tiro con arco para invidentes, pero no veo cómo conseguirlos ya que nadie parece tenerlos. Quizás hay que pedirlos a la misma fábrica...Quizás la ONCE podría asumir el gasto que suponen?. En definitiva, son sistemas que se basan en la más alta tecnología... Un proyector de infrarrojos, un receptor, un codificador que transmuta la señal en sonido, unos auriculares que indican al arquero ciego cuándo está alineado con su blanco... Pero yo no dispongo de esto.
Así que el trabajo fue intenso en cuanto a la posición a adoptar, la secuencia de tiro, el cómo identificar la pluma guía, el anclaje... la suelta. Después de todo las diferencias con un arquero sin problemas visuales no eran tantas, y el nuevo arquero me empezó a mostrar sus ventajas: una capacidad propioceptiva impresionante, un autocontrol corporal avanzado, una motivación como un Océano... y un espíritu de superación de las adversidades como la Cordillera de los Andes.
Una tras otra salieron sus flechas camino de la Diana, con alguna indicación mía -bien mediante ligeros toques de mis dedos, bien mediante mi voz- sobre la altura de su mano de arco, sobre la posición de sus pies que afectaban al plano de tiro, sobre pequeños detalles normales que aparecen en cualquier iniciación, redundantes, repetidos siempre...que si anclaje, que si tensiones innecesarias...
Pero en sus últimas tiradas sentí que el Arco y él tenían una dulce complicidad. Me alejé. Los Olmos asentían con sus ramas, una lavandera revoloteaba alrededor haciendo sus clásicos gestos con la cola... cantaban los herrerillos la dulce canción de Otoño...aguantaban las nubes su regalo del Agua, y un Sol escondido se intuía hacia el Sur discretamente disimulado... Y las flechas tocaban el Amarillo siempre que el gesto, la secuencia, la intención, eran adecuadas. Y yo, desde la distancia, tomaba fotos con el corazón encogido, celebraba cada acierto con un "bravo!"...sonreía...
Siempre creí que las limitaciones nos las solemos imponer nosotr@s mism@s.
- Y la próxima clase? -me preguntó con una sonrisa mientras desmontaba su Arco....
- La próxima clase tirarás desde más metros...10 o12...
Y miré fijamente al ojo amarillo de la Diana que para mi nuevo alumno, sólo es una mancha de sombras en un mundo que se apaga unos metros más allá de él mismo.